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(Pela época José Saramago publica seu romance Todos os nomes).


Lo primero que se siente en A casa, refugio de los Saramago en Lanzarote (él, José, ella, Pilar del Río, hijos, amigos, hermanos y tres perros acogidos) es humanidad. De perros y personas. "Menos mal que el perro se hizo amigo del hombre", dice él. "De este animal aprendemos tantas cosas". Pepe tiene el rostro surcado por dos regueros de lágrimas marrones, tanto temió el terrier la soledad. Camoens, más perro, regala lagartijas en agradecimiento: él piensa que las lagartijas deben de encantar al resto de la humanidad. Y luego está la Greta, hermana pequeña caprichosa y presumida... en fin.

Anda a vueltas el filósofo escritor con la humanidad y su pérdida de razón. Inició sus cábalas con Ensayo sobre la ceguera (95), presenta ahora Todos los nombres y ya en su segunda cabeza madura la idea de una tercera novela: La caverna. "Entramos en la era de la burocracia absoluta, caminamos irremediablemente a la ignorancia. El hombre, cercado de información, perplejo, pierde su capacidad de indignación, de respuesta: la racionalidad mínima. ¿Estamos todos neuróticos?". Y se contesta a sí mismo: "La neurosis es una salida". Cuestionándose el presente, construye el escritor una fábula de tiempo futuro que él no desearía vivir. Bien, pues fuerza y espíritu le quedan para una larga travesía al autor que revivió a Ricardo Reis, heterónimo de Pessoa (El año de la muerte de...).

No hay nombres ni tiempo, ni lugares concretos en su trilogía; no hay siquiera trilogía porque él nada se propuso. Lo explica con su mano izquierda armónicamente extendida: "Yo me he limitado a estar en el momento y en el lugar precisos. "O que tivesse de ser meu, às maõs me deveria vir ter". Quiere decir que sin saber uno cómo, esa segunda mente de la que una y otra vez habla él, va creando las circunstancias, y luego son las circunstancias las que hacen decidir al hombre: sin querer. "Sin espíritu triunfador". Bueno, él (Azinhaga, 1922) ni siquiera quiso ser escritor, una vez lo dijo sin entender lo que decía, tenía 16 años, estudiaba en una escuela técnica para ser cerrajero o carpintero. Eligió el hierro. Había en aquella escuela una extraña asignatura de literatura... y él pasaba las noches a ciegas encerrado en bibliotecas de Lisboa, leyendo y entendiendo a su manera. Fue mecánico, compró su primer libro a los 18 años y a los 25 escribió una novela. Luego calló durante cuatro lustros, "no tenía nada interesante que decir", fue funcionario, dibujante, editor, director de periódico, y, en el 75, el contragolpe le puso en la calle con una voz martilleándole desde lo hondo de su segunda cabeza: "No busques trabajo: escribe". Once novelas, tres poemarios, cuadernos de viaje y crónicas, tres dramas, cuentos, dos veces candidato al premio Nobel. Y él sin saber: "A lo mejor yo no soy novelista".

Recoge su mano izquierda y extiende ahora la derecha para rascarse en una caricia su cabeza calva, altísima, 76 años, sabia, atractiva, genial. Pierde el escritor de cerca el gesto de dureza que se le supone; de hombre enfadado, justiciero, desasosegado, que algo sí es: "Yo vivo desasosegado, escribo para desasosegar", llamar la atención, "la gente cada vez quiere saber menos, abandonarse a la comodidad", se empeña, "sabemos mucho más de lo que creemos, podemos mucho más de lo que imaginamos". Es de cerca el escritor amable y tierno. Ah, la rara izquierda que aún queda. (¿O ya no se llama izquierda?).

El novelista que no cree serlo ("no tengo imaginación, hago novela porque no tuve quien me enseñara a escribir ensayo") espera paciente que las ideas se le presenten en su primera cabeza. Lo hacen de una forma súbita (la última, Todos los nombres, durante el aterrizaje de un avión): le viene el título, le viene la historia, los personajes... Todo lo ha ido labrando esa segunda cabeza, inconsciente, madura. A la voz de: ¡ahora escribe!, se sentará. Mientras, es feliz en su isla, hijo adoptivo. Lanzarote, un paisaje lunar con olor a entraña de volcanes. Ahí viene Camoens con una lagartija cazada entre rocas de lava endurecida.

¿De dónde le viene el suyo, Saramago, su nombre?

Del apodo de la familia de mi padre. Cuando él fue a inscribirme, el funcionario le preguntó: ¿cómo se llama el hijo? Y mi padre contestó: como el padre; que según la ley era José de Sousa, pero el funcionario por su cuenta añadió el apodo que conocía. No lo supimos hasta que entré en la escuela y mi padre pidió en la conservaduría una partida de nacimiento. Se le cayó el alma a los pies, tanto que a él le gustaba el Sousa, más fino. Así que tuvo que emprender un proceso burocrático complicado para que se reconociera que él también se llamaba Saramago y que aquel niño era su hijo. Debe de ser un caso casi único en que el hijo le ha dado el nombre al padre.

O sea, que debe su nombre al error de un funcionario.

Gracias a él puedo firmar Saramago. Si no fuera así, me hubiera inventado un pseudónimo, porque José de Sousa no me gusta nada.

Denunciaba el escritor hace años el surgimiento de un nuevo imperialismo que nos dejaría una mínima parcela de identidad. ¿Es ésa la parodia de Todos los nombres?

Nada es gratuito. En el Ensayo sobre la ceguera nadie tiene nombre: en tales circunstancias de pérdida de la razón, el nombre no tiene ninguna importancia. En esta otra novela están todos los nombres registrados en la conservaduría, sin embargo sólo un personaje tiene nombre propio, sin apellido siquiera. ¿Por qué?, en primer lugar el nombre que tenemos sustituye lo que somos, si le preguntas a alguien quién es, responde yo me llamo fulano, y eso pasa a ser todo: no sabemos nada de esa persona. El nombre no es más que una especie de muro no voluntario que impide saber quién es el otro. Después, los nombres que tenemos son cada vez menos importantes, lo que hoy cuenta verdaderamente en el sistema que nos gobierna, y que no sabemos identificar bien, es el número de la tarjeta de crédito. Todo lo que tú hagas y sientas hoy se puede deducir de un número: se te define. Eso sí que es la burocracia, sin ni siquiera los respetos ridículos del señor de los manguitos negros. El 1984 de Orwell disparando contra el socialismo real y la Unión Soviética es una realidad ahora mismo: un mundo donde no es fácil dar un paso sin que se sepa.

¿El contrapunto sería ese socialismo del que usted habla, entendido como forma de interesarse por el otro?

Ser socialista es un estado de espíritu. La experiencia nos dice que hay dirigentes que antes se presentaban como socialistas y que ahora sabemos que no lo han sido. Mira la Unión Soviética, tres generaciones, se derrumba y el espectáculo es desolador. Marx dice que si el hombre está conformado por las circunstancias, habrá que construir las circunstancias humanamente. Y es más que dudoso que muchas de las circunstancias de la Unión Soviética fueran humanas. Hoy el concepto de socialismo ya no tiene que ver con la realidad socialista, y se sigue usando, incluso ahora que ha llegado casi al contrario de lo que se proponía. Es suficiente con leer un programa de un partido socialista.

Pongamos el ejemplo del laborismo británico, desmantelando el aparato social.

O del socialismo español, o del portugués, o el que sea, y confrontarlo con la realidad. Es como la constitución democrática, ¿qué significa el derecho al trabajo? El mayor drama que explica la frustración de lo que ocurrió en el bloque socialista es que el capitalismo no decepciona, porque no promete nada. En cambio el socialismo sí, y si no cumple tenemos millones de personas malogradas que se entregaron a una idea. Visité Kazajistán y un día un poeta me invitó a su casa. A la entrada estaba una señora flaca, bajita, que era su mujer. Nos presentaron y entramos a un salón, una mesa enorme cubierta con todo lo que puedas imaginar, vodka, caviar. Estuvimos allí cerca de dos horas y no paraba de llegar comida de la cocina, indescriptible. Se acabó todo, nos despedimos, y a la puerta estaba otra vez la mujer del poeta para decir adiós a los invitados de su marido. ¿Qué había pasado?: 70 años después de la revolución no había cambiado nada en la relación entre los hombres y las mujeres. Les pregunté cómo hablaban ellos de la mujer y del amor en su lenguaje poético, me contestaron como si estuviéramos en el siglo XIX: la mujer era una figura, el ideal femenino, la madre, la hada, todos los tópicos de la peor poesía amorosa occidental. ¡Pero esto no tiene futuro!, les dije, ¡no ha cambiado nada! Si uno no cambia la mentalidad, nada cambia.

¿Habrá algo después de esta travesía del desierto?

No lo sé, pero hay una condición esencial: el respeto del otro, en ello se contiene todo, porque impide hacer daño. ¿Tiene sentido que se esté enviando al espacio una sonda para que explore Plutón mientras aquí la gente se muere de hambre? Estamos neuróticos. No sólo hay desigualdad en la distribución de la riqueza, sino en la satisfacción de las necesidades básicas. No nos orientamos por un sentido de la racionalidad mínima. La Tierra está rodeada de miles de satélites, podemos tener en casa cien canales de televisión, pero de qué nos sirve eso en este mundo donde mueren tantos. Es una neurosis colectiva, la gente ya no sabe lo que le conviene esencialmente para su felicidad. Vamos hacia los 500 canales y ¿para qué sirven?

¿Para que no te cuestiones?

Exacto, para que no cuestiones al poder. El poder político es el que menos cuenta, el poder real es económico, y no es democrático; entonces, ¿tiene sentido que sigamos hablando de democracia? Me parece poco serio. Las noticias políticas no son más que declaraciones. Es como el mundo del fútbol, los presidentes se calumnian, se intrigan, protestan, pero ¿quién gobierna los países?: las finanzas internacionales.

Después de 50 años de fascismo, su novela El evangelio según Jesucristo fue desaconsejada para el Premio Europeo de Literatura por el así llamado Gobierno socialista de su país, ¿le molestó que le llamaran exiliado?

Esa idea del exiliado es una simplificación de los medios de comunicación, se me llegó a llamar el Salman Rushdie portugués, lo cual me parece ofensivo para él. Lo que ocurrió me indignó y me entristeció y las circunstancias me llevaron a vivir aquí en Lanzarote. Nunca hubo ruptura con mi país: voy a Lisboa todos los meses. De exiliado nada. Me dolió aquella cuestión, me duele aún su recuerdo, sin más.

Portugal es obligado, ¿puede que Lisboa recupere en este estrepitoso 98 el tiempo que quedó parada?

La ciudad quedó parada después de la revolución, entró en una especie de terremoto lento, se estaba convirtiendo en un lugar imposible. Y hace cinco años empezó a cambiar, no siempre de una forma afortunada, desfigurándose a veces, con esos edificios de espejos, un nuevorriquismo exhibicionista. Yo a Lisboa la tengo en mi memoria. Entonces llega la Expo 98, un esfuerzo excepcional para cambiar la ciudad no sólo de pintura, sino de estructura, que permita una vida más fácil y le devuelva su forma natural.

Todo el mundo quiere preguntar a los portugueses, Expo, Frankfort, Arco dedicado a Portugal... ¿España recupera su complejo de amputación o esta Iberia es sólo una moda oportuna?

Yo no diría que hay una moda, no: hay algún reconocimiento. Los cambios de esta naturaleza siempre son lentos. No podemos entender la Expo, Frankfort o Arco como eventos excepcionales con poder transformador, eso ocurre sólo porque la relación aún no es muy fluida. Veremos cuando todo esto acabe, porque es el cotidiano donde la gente vive, no en una feria.

¿Será Lisboa 98 una reflexión, una mirada, o efectivamente una feria de atracciones, como fue Sevilla 92?

Nuestra suerte ha sido conocer la Expo 92, porque los responsables se han dado cuenta de que no podían repetir los errores que se cometieron en Sevilla. Hasta donde yo sé, esa área donde va a estar la Expo, que era el lugar más parado en el tiempo, más degradado, va a servir para equilibrar el funcionamiento de la ciudad. Las consecuencias pueden ser magníficas.

José, don José, única identidad que se conoce de su protagonista, Todos los nombres, sus lectores quizá esperasen que la vida en la naturaleza de la isla le cambiara su escritura, que sin embargo se ha vuelto aún más claustrofóbica, ¿sabe por qué?

He vivido en Portugal toda la vida, 70 años. El solo hecho de cambiar de domicilio no puede tener una consecuencia inmediata: sería superficial. ¿Qué voy a escribir, una novela con una historia de Lanzarote, algo exótico, una guía turística, algo lírico sin más? Tengo con lo que escribo una relación que no es ésa. Yo no decido sobre lo que voy a escribir. No, yo espero a que algo ocurra. Las ideas que se me presentan hoy van mucho más allá de Lanzarote y de Portugal, me preocupan otras cosas donde estos dos lugares están. No suceden en ningún lugar de hecho, y no es por una actitud de universalidad, de llegar a más lectores: es sólo que yo estoy preocupado por causas más fundamentales, por ello retiro todo lo circunstancial e inmediato. Tengo una idea para una novela, porque afortunadamente ya llegó otra idea, que de alguna forma, sin yo haberlo pensado, puede constituir una trilogía con el Ensayo... y Todos los nombres. Ya tengo el título, que normalmente es lo que primero se presenta, se llamará La caverna, y hace un todo con las anteriores, sin tener nada que ver los temas. Expresa mis preocupaciones de este momento, puede que la edad tenga una influencia, porque uno mira las cosas de una forma distinta. A lo mejor estoy en un momento de la vida en que me creo tontamente saber algo de la vida.

¿Y el asunto de la trilogía sería ese de la pérdida de la razón humana?

De la conducta y la relación humana, cómo somos unos con y contra los otros. Me ilusiona mucho, ya la tengo, la tengo. Sólo necesito no pensar en ello, dejar que madure en ese otro pensamiento que trabaja por su propia cuenta, me fío de él. Y así hasta que el pensamiento activo pueda tomar la decisión: ahora es mi turno. Entonces me siento a escribir.

Fonte: La Revista
1997 (s/d)