La paz es una militancia
Todos sabemos, por
experiencia directo o por información, cómo se moviliza para la guerra. Tras crear
el indispensable foco de conflicto, se inicia un proceso de movilización de las
conciencias, con llamamientos al patriotismo elemental, invocaciones de
auténticas o supuestas glorias pretéritas, desfiles cívicos o militares,
grandes titulares en periódicos, himnos, banderas, discurso, imágenes multiplicadas,
sonidos atronadores, y, por fin, con la frialdad irrebatible de las formas
burocráticas, el edicto público y la convocatoria individual. Todavía no se ha
disparado el primer tiro y esta guerra ya es santa, o justa, o necesaria,
cuando no acumula todos esos atributos y otros que igualmente la justifican.
¿Y la paz? La paz en
general, no va acompañada de adjetivos. Pero nadie ignora que a veces le llaman
paz armada, lo que obviamente significa, no ya paz, sino deliberada disposición
para la guerra. Y cuando resulta incómoda para la voracidad e impaciencia de
quienes la detestan, le dicen paz de los cementerios, trágica paradoja lingüística
que pretende presentar como inmovilidad, muerte y putrefacción la paz que es condición
de la vida.
Culturalmente, tenemos que
reconocerlo, los hombres son fácilmente movilizables para la guerra y difícilmente
movilizables para la paz. He aquí una evidencia que debería constituir un
estimulante tema de reflexión. A lo largo de la Historia, la Humanidad siempre ha
considerado o ha sido inducida a considerar la guerra como el medio más eficaz
para la resolución de conflictos, pero siempre los gobernantes han utilizado
los breves intervalos de paz para preparar la guerra. En nombre de una paz
futura se declaran todas las guerras. Para que mañana vivan pacíficamente los
hijos son sacrificados hoy los padres.
Se sabe que el hombre,
históricamente educado para la guerra, transporta en su espíritu, aunque sea
confusamente, un perenne anhelo de paz. El hombre intuye que lo que le
conferirá humanidad no es el progreso o el desarrollo científico o tecnológico,
mas sí el deseo de paz. De ahí que la paz sea usada como medio de chantaje
moral por aquellos que tienen intereses en la guerra: nadie osaría confesar que
hace la guerra por la guerra, jura que hace guerra por la paz. Por eso, todos
los días y en todo el mundo, se sigue enviando hombres a la guerra, sigue la
guerra destruyendo a los hombres en sus propias casas.
Demasiadas veces hemos visto
a gobiernos que no defienden la paz, de modo que serán gobernados quienes
tendrán que prepararla. Es tal vez una utopía que hará sonreír a los escépticos
y a quienes, por servir a los señores de la guerra, no piensan nada más que en
servirse a sí mismos. Son esos lo que, cuando llega la hora, nos movilizan para
la guerra y contra la paz, para la guerra y contra la cultura, para la guerra y
contra la cooperación entre los pueblos. ¿Qué podemos hacer nosotros? Movilizamos
luchando por la paz. Ya es hora de comprender y proclama que la única revolución
realmente merecedora de tal nombre es la revolución de la paz, la que
transformará al hombre entrenado para la guerra en hombre educado para la paz y
a quien la paz habrá educado. Esa sería la gran revolución mental, cultural,
por tanto, de la Humanidad.
Es cierto que existe una
terrible desigualdad entre las formas materiales que proclaman la necesidad de
la guerra y las fuerzas morales que difienden el derecho a la paz, pero también
es cierto que nada, a lo largo de la Historia, puede vencer la voluntad de los
hombres excepto la voluntad de los otros hombres. No nos enfrentaremos con
fuerzas transcendentales sino con otros hombres. Se trata de fortalecer la
voluntad de paz sobre la voluntad de guerra. Se trata de movilizarse para la
paz, sabiendo que así defendemos la vida de la Humanidad, esta de hoy y la de mañana,
que quizá se pierda sino comenzamos a defenderla ahora mismo. La Humanidad no
es abstracción retórica, es carne sufridora y espíritu ansioso, y es también
una inagotable esperanza. La paz es posible si nos movilizamos por ella. En las
consciencias y en las calles. En las calles y en las consciencias.
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* Texto lido por ocasião do primeiro aniversário da morte do professor e ex-ministro da Saúde espanhol Ernest Lluch assassinado pela ETA.